Soledad … una amiga imaginaria…
Teodoro era un chico callado, muy tímido, odiaba las fiestas y el bullicio, no le gustaban los bailes, no le gustaba aquella música, era más divertido leer, estudiar, pero lo que no era divertido, era cuando la soledad llegaba a cansarle...
Tenía un amigo simpático y extrovertido, “Leonardo”, quien lo comprendía, y siempre se reía sanamente de él, por lo extraño que era.
- Bien, Teodoro, hagamos una apuesta, si sacas un 10 en este examen, yo lavo tu ropa por un mes, pero si no lo logras, tu vendrás a todas las fiestas conmigo.
Teodoro asintió con la cabeza mientras sonreía, pues el iluso de su amigo creía siquiera que le iba a ir mal. Era el examen de matemáticas, pero había una pregunta fuera de contexto, la pregunta decía:
- ¿consideras que eres totalmente feliz?
A lo que el muchacho respondió un “no” rotundo, pues era la verdad, no era feliz, tal vez había sido una trampa del destino, o de su maestra, y la respuesta de aquel, le resultó un punto menos.
Cuando la maestra entregó los exámenes, entregó el suyo a Teodoro con una amable sonrisa, pero arqueando un tanto las cejas, pues de alguna manera se esperaba la respuesta.
Fue así como el muchacho tuvo que cumplir la apuesta que había hecho, no sin antes sacudirse un poco para poder estar tranquilo y aguantar.
Se encontró con Leo en la esquina donde habían convenido, saludaron brevemente, y paso a paso, se fueron acercando al barullo infernal que emanaba una casa en particular.
El chico se vio obligado a bailar, y a fingir que se la estaba pasando demasiado bien... haciendo así que su amigo creyera que había ganado la batalla.
Pero lo cierto fue que de aquella inclusión, el muchacho conoció más gente, y se dio cuenta, comportándose amablemente, que no eran los demás quienes lo apartaban, sino que era él quien se apartaba solo.
En ese corto momento ya extrañaba su cuarto obscuro, y aquellos libros viejos que le enseñaban tanto, pero ya que estaba allí, decidió por lo menos fingir que se estaba divirtiendo.
Transcurrieron varios días, y de tanto actuar como si le gustara la compañía de los otros, se lo había terminado creyendo. En unos pocos días, ya era una persona más sociable, y se hizo adicto a ese ritmo de vida.
Ahora era él quien arrastraba a su amigo a las reuniones sociales, tanto así que el otro muchacho estaba empezando a cansarse.
Su maestra por su parte se había arrepentido de la pequeña trampita que le puso, en colaboración con Leonardo, porque las calificaciones del muchacho daban mucho que desear.
Le terminó gustando tanto ese obsesivo mundillo que él mismo se había creado, que ya no le importaba salir solo, y a lugares donde nadie le invitaba.
¡Aburridos! – exclamaba el muchacho, mientras intentaba bailar.
En el lugar donde estaba, de repente llegó otro muchacho, que apenas cruzaron miradas, tuvo la idea de que serían los mejores amigos.
Éste joven, podía llegar a cansar a los otros, puesto que no paraba de hablar y de hablar, no se tomaba las cosas en serio, y aunque para la edad, a los otros les parecía muy inmaduro.
Ya nadie quería tener una amistad con ellos, porque se habían tomado las cosas al extremo, sin llegar a importarles lo que fuera de sus responsabilidades.
Insólitamente, y llevando los mismo años, su entrañable y nuevo amigo, comenzaba a presentar ciertas arrugas en su rostro, ambos tenían solo 16 años, a esa edad no se tienen arrugas, pero él sí las tenía.
Era extraño también, que después de tanto tiempo saliendo, el nombre del chico estaba en suspenso, nunca lo había querido decir, pero a Teodoro no le parecía tan raro, pues muchos se avergüenzan de sus nombres.
Siguieron en las andanzas aquellos dos, y poco a poco, ya se estaban aburriendo de las fiestas, de manera que continuaron haciéndole bromas a la gente en la calle, bromas como amarrar un hilo casi invisible de un extremo al otro, para ver quién era el tonto que se tropezaba, o gritar frases en lugares desolados, justamente cuando pasaba una única persona por allí…
… Ya se imaginarán la risa de los muchachos cuando veían al individuo correr despavorido.
Como bien era cierto, Teodoro estaba a punto de ser expulsado del colegio, su madre le daba sendos sermones cada vez que amanecía y también cuando anochecía.
Pero Teodoro, a quien no le extrañaba también que su amigo ahora pasara absolutamente todo el tiempo con él, no escuchaba a su madre, porque para su fortuna y la mala suerte de la desesperada mujer, su amigo querido le tapaba los oídos con sus manos mientras pasaba por delante de ella.
Al ver eso, la mujer se quedaba perpleja, estaba viendo en su hijo una conducta enloquecedora desde hace mucho, y aún más en la compañía de un mocoso maleducado, que ella no sabía cuándo entraba en la casa, y cuándo salía.
Pero por no entrometerse más en la vida de su hijo, que era un muchacho muy independiente y malhumorado, decidió no mostrar su oposición en aquella amistad, y darle un tiempo a su retoño, para que él solito se diera cuanta de las consecuencias de sus actos, y además de estas razones, sabía que Teodoro jamás le haría caso.
Como aún le quedaba al joven Teo una pizca de preocupación por su vida, se decidió a asistir de nuevo al colegio... pero en el acto... su amigo lo agarró fuertemente del brazo... y fue tanta la fuerza que le impuso, que terminó teniendo que arrastrarlo a clases a él también, porque no se lo había podido quitar de encima.
Ya en la calle la gente miraba a Teodoro con rareza, y no faltaba quien soltara una que otra carcajada.
- ¡Estoy quedando en ridículo!
Se decía el muchacho a sí mismo, pero lo había intentado todo… golpear a su amigo, empujarlo, nada servía, estaba pegado a él como un chicle.
Llegó a su clase, su comparecencia al lugar ya era todo un acontecimiento, sus compañeros no dejaban de observarlo, y cuando la joven maestra entró allí, proclamando en voz alta el tema de su clase para aquel día… no pudo evitar ver al chico y pegar una inocente risotada, a lo que los muchachos siguieron el ejemplo…
Mientras Teodoro, que aparentemente había entrado en una especie de trance, tan pronto como entró al aula, olvidó por completo a su amigo que seguía pegado a su brazo, y no entendía qué era lo que les daba tanta gracia.
Nadie le quería decir el motivo de la risa, pero nadie podía hablarle seriamente, tal vez la risa para todos era la novedad de que se había atrevido a entrar a clases, o que iba con tan malas notas, que nadie creía que pudiera pasar el año.
De vuelta a casa fue lo mismo, la mirada de la gente, los murmullos de oreja a oreja.
En su habitación, su momento de hipnosis se le fue pasando, y volvió a notar, pero muy poco, a aquel amigo que solo se limitaba a mirarle…
Teodoro comprendía que aquella mirada retadora, era debido a que el inquietante muchacho que tenía por camarada, se aburría encerrado en esas cuatro paredes, pero como todo regresa por donde vino, el protagonista de esta historia, tomó su postura de antes frente a la vida.
Comenzó a odiar de nuevo las pachangas, el hecho de beber hasta caerse, aquella música bailable, e incluso a la mayoría de la gente.
Se refugió de nuevo en los libros, y por poco, notaba el descontento del otro muchacho, el que antes hablaba y hablaba, y ahora solo se limitaba a observarlo enfermizamente.
Faltaba decir que por fin se había soltado de su brazo, esto ocurrió un día sin que Teodoro se diera cuenta, simplemente se encontraba tan absorto en una lectura, que hizo un brusco movimiento, y su amigo cayó en la dura superficie de aquella habitación, haciendo casi un sonido inerte, al chocar con el suelo.
Las cosas parecían ya normales, las calificaciones del muchacho habían comenzado a mejorar, y la idea de expulsarlo del colegio, ya no estaba más, los maestros se encontraban complacidos con sus tareas y exámenes, y sus compañeros habían vuelto a tratarlo como siempre.
Incluso aquel antiguo amigo “Leo”, que el muchacho había ahuyentado con su extrema obsesión, había hecho las paces con él, pues la insignificante discusión que tuvieron tal vez un día, no era motivo para dejar de hablarse toda la vida.
Sin darse cuenta, aquel extraño amigo sin nombre, había desaparecido de su vida, y el olvidadizo de Teodoro, ni siquiera recordaba que tal amigo alguna vez existió, sin embargo, entre sueños, todas las noches se veía a sí mismo, con todos los demás mirándolo perplejos, y entregándose a las risas cuando hubieron pasado unos segundos.
Era algo raro también, el hecho de que, según Teo, él mismo dejara su habitación bien ordenada siempre en la mañana, pero al llegar por la tarde, se encontraba todo derrumbado, y restos de papeles esparcidos por doquier.
¿Algo paranormal?... no, qué va… Teodoro no creía en dichas “historias de charlatanes”, y como era cosa de todos los días, de qué le servía arreglar su habitación… así que la dejaba como estaba, aunque eso no quitaba que la encontrara cada vez en peores condiciones, pero no le daba la menor importancia.
Continuará...
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